lunes, 3 de enero de 2011

Diego: dedicatoria y prólogo

veamos, un poco de presentación: para el que le suene raro, de vez en cuando me da por escribir y parte de la idea de este blog es salir del bucle de corrección cíclica por el que nunca me vale lo que tengo, vuelvo a leerlo, a cambiarlo ... y así no avanza ni Rita. Sí, es lo que os estáis temiendo, para quien quiera sufrirme, voy a ir soltando por aquí algún que otro relato, entero o por partes, por aquello de liberar espacio mental, que me empiezo a ver un poco justo.

Esta entrada es para empezar a colgar fragmentos de "Diego", una historia que sé que va para largo y de la que tengo escrito sólo el principio (y desde hace una pila de tiempo), por lo que a veces os va a tocar esperar bastante si queréis saber cómo sigue (básicamente, porque no lo sé ni yo).

... como diría el Maestro Perilla: "vamos, suelta el morlaco"


Diego

¿Cómo volver a iniciar la historia que perdí? La dejé escapar en el asiento de un autobús. Sé que sigue ahí, que no se deshizo, pero ya no sé si puedo, si no me pesará en exceso o me esquivará por mi desorden de ideas, por haberla descuidado.
Lo siento, tarde, demasiado pero lo siento. Perdona.
Vuelve, por favor, se lo debo también a ellos ...
... a Íñigo, Ana y Hugo, por la conversación que quizá ya olvidaron.



PRÓLOGO

- Verá usted, yo venía a pedirles ... - se lleva una mano al cabello y lo deja escapar entre las yemas. Levanta de nuevo la mirada, cierra el puño para disimular el temblor y su diestra sigue bajo la mesa. Vergüenza. Pánico en los ojos indisimulable, pero lo necesita. - Venía a solicitarles doce. Trece meses.

El banquero le mira. Le brillaría un colmillo si despegara los labios. Le encanta la escena, verse ante aquel hombre ancho que no podía ser cierto que siempre vistiera camisas tan feas. Mal gusto, idiota, mal gusto. si te aprieto mearías los calzones.

Se lo niega, pensando poco y nada. Y el loco lo querría en abonos diarios de dos horas hasta que agotara el crédito.

- ¡Pero yo lo necesito! De veras, ¡estúdienlo al menos!

Tan cargante. Y casi es la hora de cerrar. Le deja de mirar. Continuar escuchando sólo le traerá problemas y una triste pérdida de diez minutos que nadie está para regalar. Peor aún gastarlos pensando. Imperdonable si es sintiendo.

-Escuche, ¿y aportando un aval?

Eso es lo que menos tenía que oír. No te hagas esto, joder.


Vuelve a sentarse y anota la cita para el día siguiente. El hombre ancho y vestido sin gusto acaba de cerrar la puerta que abrirá otra vez a la mañana siguiente, con una garantía que proponer.

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Allí está de nuevo a las diez. En punto, que a la fuerza ahorcan. Tampoco habrá dormido bien por la tormenta que tanto dio por culo anoche.
Abre la puerta del despacho y tres miradas ojerosas juzgaron que no, que desde luego este idiota no tiene una ligera idea de lo que es vestir bien.
Presentaciones, algo de insulsa charla protocolaria, y el de la izquierda, joven y de rasgos más afilados que el desgraciado del día anterior (sentado al centro), posa sobre la mesa dos folios grapados.

- Es su informe - voz aguda, cobarde venido arriba. - Vaya por delante que usted ya tiene hipotecadas sus vacaciones hasta su jubilación por un crédito que pidió ... a ver ... sí, hace tres años para dedicar siete meses de tardes de verano a la reforma de su vivienda.

- Desde luego, soy consciente. Yo ahora quería ofrecerles mis primeros años de jubilación.

- No sirve.

- ¿Cómo pueden saberlo sin negociar cuántos?

- Nos es indiferente, con esa edad su tiempo también se debilita y envejece. ¿Tendrá algo de más valor por aportar, verdad?

- No. Pensé en nada más, un conocido me comentó que si yo ...

- Las cosas cambian, caballero. Su tiempo no puede garantizar otro préstamo. ¿Tiene pareja?

- Sí, unos años más joven, y sin cargas. Podría venir esta tarde.

-¿Nos ha visto alguna vez atender por la tarde?, no tenga usted prisa. En cualquier caso, es igual, tampoco nos es útil, evítele la molestia.

-¿Y a qué vino la pregunta? ¿quieren reírse de mí?

- Desde luego. Ya que no tiene tiempo al menos tómeselo con humor. ¿Hijos?

Silencio

- Señor, le hemos hecho una pregunta, ¿tiene, o no tiene hijos?

Silencio. Pesado.
Hiriente y tenso como dos hilos que tiraran de las comisuras de sus labios, el novel sonreía.

- Ya veo, los tiene.

- No, ellos no, tiene que haber otro modo.

- Eso lo decido yo y no lo hay. Además, nos queda coherente: necesita tiempo para darles de comer, y para ayudar a papá usted nos pone a uno como garante.

- No dije que necesitara el tiempo para eso.

- Sólo el hambre o el amor desesperarían su cara como lo está ahora. ¿Qué edad tienen?

- Para ustedes, ninguna.

- Muy bien. Por donde ha entrado, por favor.

Se queda sentado, pensando, dos o tres minutos, mirando al puto jovencito implacable que sigue sonriendo y de tanto en tanto levanta un dedo para señalarle la puerta, como se lo haría a su perro. A su lado, el de ayer no levanta la vista de la mesa. Dejarlo correr sin más; es asunto de otro. El tercero sólo firma y recoge la basura.

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