miércoles, 11 de enero de 2017

Embrunague

(para Elena, mi fugitiva contagiosa)


A estas alturas del año andamos vistiéndonos de largo para no pasar más frío de la cuenta sobre los pedales o corriendo. Y a estas alturas aún no me había sentado a escribir sobre lo que hice en verano. Cuatro meses y no encontraba cómo contarlo, y todo porque según cómo soplara el viento veía en aquello un porqué o su opuesto o cualquier tangente más acá o más allá.

Quizá no he entendido que el peso emocional requería un tiempo de maduración perezoso hasta saber cómo meterle mano. Pero en un momento cualquiera de tantas idas y venidas un amigo me preguntó algo muy simple y en esa cuestión entendí el fondo de lo que sucedió en agosto.

En algún instante sin forma que recuerde del otoño del 15 se me pasó por la cabeza una idea venenosa, de ésas que tres o cuatro veces inicias con un "¿y si ...?" seguido de un frágil "anda ya, adónde vas" que no te crees ni tú porque ya sabes que la vas a liar. Doble o nada; dicho así puede ser cualquier bobada inocente, dos cañas, dos pasteles, dos telediarios ... , pero no, soy yo, tiene que ser algo más absurdo: dos ironman ... ¿en el mismo año?, estás fatal ... no, qué coño de año, en la misma semana ... ah, bueno eso ya es mucho más lógico.

La paradoja es que la ida de olla se me ocurrió por miedo. Había empezado a sentirme un poco fuera de sitio como deportista (aficionado de nivel sin importancia). No lo quería ver, pero estaba cansado, un poco harto de tensar tanto la cuerda, sin irme un rato al rincón de pensar, hasta que lo hice dando un rodeo un tanto cuestionable: permítete el órdago y ahí ya te sientas.

La preparación no tuvo nada de extraordinario, no entrené más ni más duro, ni me puse tablas ni maquinejas para medir rendimiento que abandoné hace años. La única diferencia fue la aparición de dolores de piernas y espalda que me obligaban a bajar el ritmo y hasta me llevaron a retirarme a mitad de la Irati para evitar romperme. Ahí entendí que tenía que olvidarme de la preparación física, darla por supuesta y preocuparme de que la mente sacara lo mejor de lo que fuera mi cuerpo a mitad de agosto.

A saltos, con días de levantarme literalmente torcido y demasiados poniendo parches a cada molestia me subía al coche con ninguna certeza y alguna esperanza cogida con alfileres de cristal. Al son de la fanfarria de "¡más difícil todavía!" me vi en el absurdo de correr por Embrun con el piramidal al jerez por la kilometrada conduciendo para llegar in extremis a recoger el dorsal del día siguiente y evitar que los infinitos atascos de los peajes franceses me dejaran fuera de la salida.

Lunes 15 de agosto: "tranquilo, esto ya lo has hecho" ... ¡pero no cojo! (otra fanfarria, risas de fondo), y lo cómico es que sí que estaba tranquilo, demasiado, sin tensión, tramando cómo usar la natación para quitarme la contractura ... y como el trilero que se hace trucos a sí mismo y se sorprende me salí con la mía, sin chispa pero sin molestia, pan para dar pedales, hambre para que el Señor Fogg no pierda su apuesta en un fuera de control.

Si te empeñas en la asíncopa al final el calcetín se da la vuelta y quizá te encuentres salvando el KO desperazado al fin en el Izoard, ascensión inolvidable cuando menos capaz me creía y simbólico descenso empujando la balanza a mi favor, empate deshecho, Embrun, ya te avisé, no te iba a ser tan fácil vencerme como en nuestro primer encuentro ni poniéndome trampas para lentos, que si me empeño hasta le encuentro el lado poético a esos últimos kilómetros corriendo por caminos de tierra bacheados sin más iluminación que la de algún previsor que se había traído su frontal porsiaca ... a los demás locos siempre nos quedó la luna y besar a soplidos el lago convencido de ir a Copenague ... como espectador.

Otra vez carretera, bártulos y paciencia para cruzar Europa en dirección Norte, pensando más en paisajes que en qué iba a hacer cuando el horizonte fuera danés. Pero a mayor tedio de autovía más dudaba de ir sólo como turista a Copenague, y allá por Bremen, cerveza en mano, la única cuita a resolver era el perfil de ruedas que iba a montar (que uno no es hábil y el viento achanta), había puesto demasiada ilusión en esto como para quedarme sólo a mirar como las vacas al tren, y después de todo pocas maneras se me ocurren de correr más tranquilo un ironman con nada que perder; total, cuando te encabezonas en hacer algo que la gente que te conoce ve imposible qué te vas a reprochar.

Domingo 21 de agosto: la niebla huye del viento mientras nado en mi fantasma de dedos dormidos.

De la tiritona al salir dediqué una eternidad a calentarme, que si no a ver quién atinaba con la bici. Quedaban 180 kilómetros que disfrutar de un recorrido opuesto al alpino de Embrun, carreteras llanas de costa y ratoneras al interior, viento cambiante, alguna crisis, un chaparrón (in)oportuno y un tipo con la megafonía a todo rapo en lo alto de un repechillo animando como si fueras a subir un muro al 23.

Me llaman desde el público mientras me calzo las zapatillas; es Elena, "¿sigues?", respondo que "sí claro", ya se me había olvidado que situé la clave en cómo me bajara de la flaca, cuando ya estás encendido te da igual todo salvo que la fatiga tire por ti la toalla que no alcanzas con los cordones enredados sentado a la vuelta de alguna curva. Pero no hubo tal. Cansancio todo, pero no enanos explosivos, manchas de aceite, pájaras, ni tropiezos con un grano de arena, nada, si hubo cualquier obstáculo no lo recuerdo, tampoco guardo memoria de la fatiga, pero la supongo, esa maratón ha quedado como una colección de postales, de vídeos de retina grabados sobre el traqueteo de lo pisado entre parques, canales, plazas y gente en las terrazas dándote aliento y hambre. No sabe tampoco a sufrimiento, todo quedó en nada en la última curva, ésa que imaginaste en tantos entrenamientos adivinando lo que harías si llegabas a plantarte ahí. Palos de ciego, iluso. Ni te acercaste a intuir que el bicho que llevas dentro y te envenenó para intentar esto iba a estallar, se iba a poner a gritar y a llorar en su túnel de público que cada vez aplaude más lejos, difuminado alrededor de un arco que te da la razón, era posible, loco, tan liviano de pronto que dirías que flotas ... y en la foto sobre la línea tus pies no tocan el suelo.

Lo próximo, amigo, es no retarme.