viernes, 27 de enero de 2012

dado

por la mañana aparecían en cualquier parte de la ciudad

Sólo con ver el volumen de aquellas moles cúbicas, alineadas como trenecillos de críos maniáticos, sabías que otra vez habías tenido la suerte de que tus horas de sueño no acabaran siendo eternas, aplastadas. Nadie veía por dónde pasarlas. Quedaban los barrios cortados, las miradas se bloqueaban ante las paredes sentadas sobre la acera, y sólo de vuelta a la cama cerraban los párpados que no habían comprendido qué. En una semana los dados dejaban todo en silencio.

Me harté cuando los discos también callaron.

Salí con lo puesto y tuve que quitármelo para que me dejara agarrarme. Hace dos días que escalo desnudo, creyendo en vacío que encontraré algo allá arriba.

De momento, en vilo, he vuelto a sonreír. Aquí ya se oye ruido.

lunes, 16 de enero de 2012

desde aquí arriba

Hace tiempo que no te escribo, vieja. Pero aún te recuerdo.
Recuerdo el día en que entendí que los libros del último estante cogían polvo porque ninguno llegábamos ya tan arriba. Y recuerdo que te lo dije, y que casi nos quedamos sin aire de tanto reír.
No llevo la cuenta de los días que han pasado desde que te tuviste que marchar. Que se acabó tu tiempo y yo te prometí que seguiría haciendo locuras de crío con pelo canoso, arrugas y las orejas guardadas debajo de un gorro.
Y sigo amando esta forma de vivir.
Así que aquí me tienes de nuevo, escribiéndote otra carta con las manos temblorosas, sentado en la cumbre de otra de esas montañas con nombres que dibujan tan chiquitos en los mapas que ya no me molesto en intentar entender.
Bueno, tengo que bajar ya. Ahora dejaré esta hoja suelta encima de una piedra que me caiga a mano, y que sea el viento quien te la lea allá donde te encuentre riendo como hiciste siempre.
Besos, vieja