lunes, 16 de enero de 2012

desde aquí arriba

Hace tiempo que no te escribo, vieja. Pero aún te recuerdo.
Recuerdo el día en que entendí que los libros del último estante cogían polvo porque ninguno llegábamos ya tan arriba. Y recuerdo que te lo dije, y que casi nos quedamos sin aire de tanto reír.
No llevo la cuenta de los días que han pasado desde que te tuviste que marchar. Que se acabó tu tiempo y yo te prometí que seguiría haciendo locuras de crío con pelo canoso, arrugas y las orejas guardadas debajo de un gorro.
Y sigo amando esta forma de vivir.
Así que aquí me tienes de nuevo, escribiéndote otra carta con las manos temblorosas, sentado en la cumbre de otra de esas montañas con nombres que dibujan tan chiquitos en los mapas que ya no me molesto en intentar entender.
Bueno, tengo que bajar ya. Ahora dejaré esta hoja suelta encima de una piedra que me caiga a mano, y que sea el viento quien te la lea allá donde te encuentre riendo como hiciste siempre.
Besos, vieja

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