viernes, 21 de octubre de 2011

cambio de neumáticos

Hace dos años y algo, en julio de 2009 mi amigo Mario nos invitó a los que quisiéramos a participar en el vídeo musical que iba a grabar con uno de sus temas nuevos de ese momento en una playa de Santander ... el resultado de ese juego fue éste, pero detrás de esa anécdota divertida había mucho más que yo aún no sabía lo que iba a suponer. Una semana antes, llamando a Sebas para que se viniera ese fin de semana al vídeo y a hacer una ruta de mtb en Picos, me dijo que se unía porque de paso ese domingo se apuntaría a correr la media maratón de Cabezón de La Sal. A los 5 minutos de colgar el teléfono le llamé de nuevo y le dije: venga, va, yo también la corro. Y me planté allí con una semana de entrenamiento (nunca había entrenado carrera a pie y por aquel entonces hacía mucho ciclismo) sin saber cómo de largo era un kilómetro corriendo ni cuánto tardaría en hacer 21 si nunca había corrido ni 5 seguidos ... hasta me había tenido que comprar unas zapatillas para correr, que no tenía.

En ese plan temerario corrí mi primera media maratón (mi primera carrera a pie), con los pies que daba pena verlos pero la sensación de que a aquello de correr había que darle una oportunidad ... y seguí corriendo, y lo combiné con mi afición ciclista, y lo acabé sumando a la natación para hacer triatlones. Entre tanto, he seguido con las mismas zapatillas, me han llevado por tantos kilómetros que no sería capaz de contarlos, han pisado distintos países y este mismo año volvieron a Cabezón para hacer la maratón de montaña de los 10.000 de El Soplao (mi día de atletismo más emocionante).

Pero todo tiene un límite, y aunque mis zapatillas siguen riendo a carcajadas cuando salgo a entrenar, me las llevo de viaje o corro algún triatlón o cualquier chaladura que se me haya ocurrido, están agotadas y no las quiero ver deshacerse. Por eso decidí hace poco que la maratón de Zaragoza que correré en 2 semanas será un lugar genial para que se despidan a lo grande, dejen paso a unas nuevas y se retiren a un cajón en el que contar anécdotas de tanto vivido a otros zapatos viejos que aún guardo porque de vez en cuando me gusta que paseen bajo mis pies.