miércoles, 8 de enero de 2014

Nona

Podría escuchar cristales rotos al pasar la página de un libro. Sólo suenan para ella, para sus temores en lo que cualquiera descartaríamos como una pesadilla inoportuna (como todas).

Pero no cualquiera hemos pasado de los noventa. Ella sí. Con su cuerpo encogido armado por palillos deja caer los velos que evitan nuestra locura, está aquí y allá aunque nosotros, ciegos a su mente, la veamos quieta en el mismo sitio. Nos quedan años para ese vértigo, para escuchar sin ver ni tocar pañuelos que saludan, el balón con el que juega un niño o la conversación de quien fue a verla sin que nadie se diera cuenta, que todo sea real sin que nada sea cierto bailando música casi sorda, en su sueño con ojos abiertos de niña y zapatillas que le susurran al suelo que se lo ponga fácil, que sólo quiere llegar hasta la siguiente puerta del pasillo a ver si allí encuentra de una vez el reloj y consigue que se quede quieto.


Sé que te estás yendo. Que quizá entonces no sepas siquiera si estamos. Que yo, en mi egoísmo, lo escribo para comprender que te entiendo sin querer que lo leas, esperando a decírtelo al oído aunque llegue cuando estés durmiendo.