jueves, 5 de septiembre de 2013

en pañales (escrito el 22 de agosto)

Ha pasado ya una semana del reto que me había planteado para esta temporada, el más cañero hasta ahora. Una apuesta muy fuerte, irracional por lo temprano en mi lenta evolución en el triatlón, y por el mismo motivo exageradamente ilusionante. Siempre fui consciente de la carga de riesgo que suponía pone Embrun como mi primer larga distancia, una temeridad como cualquier otra, emocionalmente necesaria como cualquier otra.

Tras tantos meses de entrenamiento, al alba del 15 de agosto estaba mirando al oeste en el Plan DÉau de Embrun enfundado en un traje de neopreno por respeto a mí mismo. Pretendí estar allí como un misil, en mi mejor momento de forma de siempre; lo preparé lo mejor que supe, fiel a mis reglas, a disfrutar de todo huyendo de tablas y demás obligaciones, entrenando por sensaciones y apetencias. Y sigo creyendo que la preparación física de esa manera es posible, aunque también que aumenta la posibilidad de que la líes (y no para bien) y que requiere un enorme conocimiento de tu cuerpo. Yo del mío sé bastante, pero me falta un mundo, o dos; si le sumo la inexperiencia y el gusto por hacer equilibrio sin red, por correr sin pulsómetros ni demás maquinejas es natural que igual que pudo salir bien me di de cara con la realidad de una planificación equivocada vestida de temor las últimas tres semanas previas a la carrera. De verme capaz de todo, de correr, pedalear o subir cualquier rampa como si me antojara sobre la marcha pasé a tardar en recuperar, a sentirme cansado, pesado, sin chispa, vacío; a finales de julio ya no daba tiempo a corregir, sólo a descansar y a creer en lo improbable, en que nada era lo que parecía, en que mis piernas no se estaban convirtiendo en corcho ni mi sangre en veneno sin oxígeno.

Era bonito fabular, pero nada más. La mente es capaz de hacerle creer a uno lo que quiera entre tormentas en Oyambre y olvidar mientras te calas que por dentro estás seco.

Puedes negarte que vas tieso; puedes. Puedes hasta que te llegue un punto de sensatez y te pruebes. Yo lo hice tres días antes de exponerme a una burrada a ciegas. Bastaron 40 kilómetros en bici para desenmascararlo todo y comprender en 15 o 20 más, en rampas del 7 que sufres con un 28, que estás muy pasado de forma. Sin fuerza, músculos sin recorrido ni pretensión de hacerte caso. Todo está apagado. En 20 o 25 días no te ha quedado ni la mitad. Irreconocible.

Ese día decidí no correr. Mentalmente estaba hundido.

Cosas de la vida, hundido sí, pero no solo. Esa noche llegaron a mi apartamento Juan y Julieta a aguantarme, hacer turismo y animarme con lo que pillaran. Con un poco de respeto hacia mi mismo y hacia el viaje que se habían hecho para verme saqué lo justo para hacer otra prueba trampa el día anterior al Embrunman. Sin posibilidad de caer más, bajar y subir un puerto era suficiente para engañarme con un poco de frescura en las piernas; también para entender que al día siguiente había que correr y tirar hasta donde llegara.

Trampa hecha y un soplo de ánimo para recolocar el plan y tomar la salida; tampoco me hubiera perdonado a la larga lo contrario.


... ríos de luces camino de un lago a las 5; triatletas, colegas, familiares, aficionados sin mayor excusa, ambiente para despertar a cualquiera aunque no hayas dormido ni tres horas ...


... el reto tan preparado empezaba condenado, pero empezaba, qué menos. Natación tranquila, o no tanto, aprovechando que no cualquier día ves amanecer desde un lago alpino. Para qué apretar si no está aquí la guerra; poco menos de hora y media y trámite resuelto.

Montar en bici y confirmar que en esto no hay milagros fue prácticamente la misma cosa. Al revés que lo que me suele ocurrir fui yo el adelantado, el que parecía montar en un triciclo. Cada rampa que un mes antes hubiera sido inofensiva me exige quedarme clavado con un 28. Inaudito; tan inaudito como 3 días antes. 40 km parecieron 100. 70 me tenían usando desarrollo de subida en los llanos, y hasta entonces el recorrido no era nada del otro mundo (mucho más suave que Garai, por ejemplo, quizá parecido al Ecotrimad). En el 84, al pie del Izoard, allí donde este triatlón se empieza a poner serio, con dolor de cabeza y sin noticia de mis piernas ... manos a los frenos y pie derecho al suelo; se intentó por si sonaba la flauta y ya era momento de aceptar la derrota, la imposibilidad de llegar a meta o siquiera unos kilómetros más arriba de donde le entregué mi dorsal a un juez.


En las horas siguientes seguí con frío y dolor de cabeza a pesar de no haber hecho casi nada. Con el tiempo ese mal cuerpo se fue; la rabia de haberme enfrentado al reto tan lejos del punto de forma esperado aún me dura y sé que no se irá en unos cuantos meses.

Mucha de la gente con la que he hablado en esta semana me dicen que no lo vea como una derrota, que aproveche lo entrenado y aprendido para progresar y seguir creciendo. Estoy de acuerdo con lo segundo, pero sinceramente me choca lo primero, ¿qué hay de malo en llamarlo "derrota"? El deporte sin derrota no tiene sentido, si todo fuera ganar sin riesgo no tendría gracia y el triatlón es un deporte más, con sus vencedores y sus vencidos. Si en un partido unos ganan y otros pierden, ¿por qué no llamar de igual forma derrota a la del corredor que no alcanzó su objetivo? De verdad, no le veo problema, me parece una parte natural de todo esto. Aprenderé y progresaré, claro, para eso los fallos son mucho más útiles que los aciertos y todo lo que consiga en el futuro también será fruto de Embrun y de toda la temporada. Pero en concreto allí, y en la temporada 2013 mirada como conjunto en busca de un objetivo único, perdí. Perdí y no es malo decirlo así, ni lo es reconocer que la causa son mis errores, sin más. De hecho lo malo sería decir lo contrario o ponerme vendas y decir que estoy de puta madre. No lo estoy, estoy jodido y mucho, y si no lo reconociera o siquiera lo estuviera poco crecimiento iba a tener. Mejoraré y volveré más fuerte siempre que admita lo sucedido sin autocensuras emocionales.

Es hora de descansar. Ya vendrá la de seguir jugando aunque aún sea un triatleta en pañales. Lo haría aunque sólo fuera por mí. Lo haré por todos los que me habéis demostrado que estáis ahí.

Gracias, y hasta la próxima locura.