viernes, 27 de enero de 2012

dado

por la mañana aparecían en cualquier parte de la ciudad

Sólo con ver el volumen de aquellas moles cúbicas, alineadas como trenecillos de críos maniáticos, sabías que otra vez habías tenido la suerte de que tus horas de sueño no acabaran siendo eternas, aplastadas. Nadie veía por dónde pasarlas. Quedaban los barrios cortados, las miradas se bloqueaban ante las paredes sentadas sobre la acera, y sólo de vuelta a la cama cerraban los párpados que no habían comprendido qué. En una semana los dados dejaban todo en silencio.

Me harté cuando los discos también callaron.

Salí con lo puesto y tuve que quitármelo para que me dejara agarrarme. Hace dos días que escalo desnudo, creyendo en vacío que encontraré algo allá arriba.

De momento, en vilo, he vuelto a sonreír. Aquí ya se oye ruido.

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