Recorría una calle, giraba en la esquina y quienes la
perseguían la perdían de vista. Si preguntaban en la perpendicular en que
giraron sólo recibían caras de asombro. Nadie la había visto.
Podían pasar días sin que sucediera de nuevo, sin que volviera
a recorrer una calle vacía, por mitad de la calzada. Los que no la veían creían
que todo pasaba por ser una leyenda urbana para coleccionar. Otros vivían simplemente
ajenos a su existencia, a su callejeo.
Los locos que la seguían inventaban tácticas y patrones de
comportamiento para prever dónde aparecería la siguiente vez. Querían estar
allí donde se volviera a dejar ver, ganarle tiempo para llegar a tocarla. Nada
tenía aquello de juego, era un objetivo, un fin, una razón para apartar
cualquier otro plan ante la leve sospecha de conseguir alcanzarla y contar su
historia como trofeo.
Contarla a quien quisiera oírla. Mirar después por encima
del hombro a quien nunca lo creyó ni lo haría más tarde. Trofeo para los
imaginativos que matarían de envidia por haber sido ellos los astutos que
hubieran llegado antes con sus manos.
Dos días de ridícula gloria y se sabrían retornados al
anonimato. Al tedio diario vestido de uniformes de colores grises.
Darlo todo por su tacto.
Nada por su comprensión. Ni por levantar la vista a riesgo
de perder una oportunidad. Nada por ver un gigante sentado a las afueras de la
ciudad, jugando con una canica y el dado que un día encerró en ella. Echándola
a rodar por calles donde no hiciera daño y rescatándola al final con dos dedos
rápidos. Toda su atención fija en el momento en que el dado se parara y la
suerte de la ciudad dejara de rodar sin haber sabido en semanas que de 6 caras
2 suponían que no hubiera a quién saludar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario