miércoles, 16 de enero de 2013

rodaba



Recorría una calle, giraba en la esquina y quienes la perseguían la perdían de vista. Si preguntaban en la perpendicular en que giraron sólo recibían caras de asombro. Nadie la había visto.

Podían pasar días sin que sucediera de nuevo, sin que volviera a recorrer una calle vacía, por mitad de la calzada. Los que no la veían creían que todo pasaba por ser una leyenda urbana para coleccionar. Otros vivían simplemente ajenos a su existencia, a su callejeo.

Los locos que la seguían inventaban tácticas y patrones de comportamiento para prever dónde aparecería la siguiente vez. Querían estar allí donde se volviera a dejar ver, ganarle tiempo para llegar a tocarla. Nada tenía aquello de juego, era un objetivo, un fin, una razón para apartar cualquier otro plan ante la leve sospecha de conseguir alcanzarla y contar su historia como trofeo.

Contarla a quien quisiera oírla. Mirar después por encima del hombro a quien nunca lo creyó ni lo haría más tarde. Trofeo para los imaginativos que matarían de envidia por haber sido ellos los astutos que hubieran llegado antes con sus manos.

Dos días de ridícula gloria y se sabrían retornados al anonimato. Al tedio diario vestido de uniformes de colores grises.

Darlo todo por su tacto.

Nada por su comprensión. Ni por levantar la vista a riesgo de perder una oportunidad. Nada por ver un gigante sentado a las afueras de la ciudad, jugando con una canica y el dado que un día encerró en ella. Echándola a rodar por calles donde no hiciera daño y rescatándola al final con dos dedos rápidos. Toda su atención fija en el momento en que el dado se parara y la suerte de la ciudad dejara de rodar sin haber sabido en semanas que de 6 caras 2 suponían que no hubiera a quién saludar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario