martes, 3 de junio de 2014

¿no lo ves?

Las sombras inestables no suelen saber si van o vienen, ni les importa gran cosa.

Las sombras inestables son de cualquiera y de nadie, juegan con nuestros ojos atentos a una baldosa o a un muro, nos dicen "mírame", y sordos les hacemos caso. Ciegos, canes sin olfato, nos giramos a buscarlas con sol nublado, a encontrar un silbido que no conseguiremos encerrar entre cuatro líneas. Curvas o rectas, sin diferencia ni margen, nos envuelven para enseñar que no podemos coleccionarlas sujetas con alfileres.

Las sombras inestables se entristecen en blanco y sonríen en gris, y esperan a los días de viento para saltar entre la gente, hacernos tropezar, quitarnos el paraguas, revolvernos el pelo o cualquier otra broma que antes entendíamos. Antes, cuando guardábamos rincones para ser trastos, noveles o maduros trastos con otro humor, distinto del que ya no muda, sólo quiere contar y atrapar cuántos y olvidar que hay sombras, inestables, que se van para esquivar que ese día de lluvia su chasquido no haga que se gire una mirada; todas, fijas en raíles ajenos a juegos de luces.

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